El trabajador pobre, cuyo mundo y forma de vida
tradicionales destruyó la Revolución Industrial, no estaba conforme con la
situación.
El trabajo en una sociedad industrial es, en muchos
aspectos, completamente distinto del de una sociedad preindustrial. En primer
lugar está desempeñado, sobre todo, por el trabajo de los obreros, cuyo
principal ingreso es su salario. Por otra parte, al trabajo preindustrial lo
hacen, fundamentalmente, familias con sus propias tierras de trabajo. [...] En
segundo lugar, el trabajo industrial –mecanizado, de las fábricas– impone una
rutina y monotonía completamente diferentes de los ritmos del trabajo preindustrial
que dependen de las estaciones o del tiempo. Estas dos formas de trabajo
coexistieron durante mucho tiempo e, incluso, en la actualidad hay lugares en
donde persiste el trabajo preindustrial.
En tercer lugar, el trabajo en la era industrial se
realizaba cada vez más en los alrededores de las grandes ciudades. ¡Qué
ciudades! El humo flotaba continuamente, la mugre se impregnaba, y los
servicios de agua, los servicios sanitarios y los de limpieza de las calles no
eran suficientes. Así, se produjeron, sobre todo después de 1830, epidemias de
cólera, fiebres tifoideas y enfermedades respiratorias e intestinales.
Texto adaptado de Eric Hobsbawm, Industria e
Imperio, Barcelona, Ariel, 1977.
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